sábado, 23 de agosto de 2008

Sinfonías Nocturnas (2)

De niño tenía un miedo terrible a la oscuridad.

Cuándo me metía en la cama por la noche, y a pesar de las protestas de mi madre, que temía que pudiera asfixiarme mientras dormía, yo me cubría con las mantas hasta la cabeza y sólo dejaba fuera la nariz.

Mis noches infantiles estaban pobladas de monstruos y fantasmas de todo tipo, que vagaban de un lado a otro en la oscuridad.

Rehuían el comedor, siempre iluminado y con el murmullo del televisor, pero se movían a sus anchas entre las sombras del pasillo y penetraban en los cuartos en cuanto que se apagaba la luz. Si se encendía otra vez, desaparecían.

Su presencia era real y amenazadora. No sabía que era lo que pretendían hacerme, pero tenía claro que no era nada bueno, y me ocultaba debajo de las sábanas aunque fuera pleno verano e hiciera calor.

Escuchaba el silencio, manteniendo los ojos cerrados para no verlos si es que estaban por allí.

Al final me quedaba dormido.

Y unas veces soñaba.

Y otras no.

A la mañana siguiente me despertaba.

La luz entraba a raudales por la ventana iluminando mi cuarto, mis juguetes, mi ropa revuelta por el suelo.

Los temores se disolvían. Otra noche había pasado, y ningún monstruo había aparecido para aterrorizarme.

Y así fue sucediendo.

Noche tras noche.

Hasta que crecí.

16/8/08

(c) Sugarglider

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