jueves, 6 de diciembre de 2007

Recuerdos 14/5/06

Hoy me ha dado por pensar en Francia; en Rennes, en sus calles amplias, limpias, sus plazas inmensas, sus grandiosos edificios, el río de aguas adormecidas entre los nenúfares, los jardines repletos de flores de colores, los tejados de pizarra negra y las chimeneas de barro, panzudas, alegres, románticas… Hacía un calorcillo agradable, de final de verano, cuando me bajé del tren en la estación y caminé por sus calles en busca de una habitación barata donde pasar la noche.
Justo en ese momento, en Nueva York, las Torres Gemelas se venían al suelo arrolladas por aquellos aviones suicidas que se llevaron tantas vidas de golpe y de una forma tan estúpida… aunque estúpida es siempre la pérdida de vidas, independientemente de la forma en la que tenga lugar…

Y yo caminaba solo por aquellas calles y plazas, triste, asustado, preguntándome que diablos estaba haciendo allí, a tantísimos kilómetros de casa, en un país extraño donde me era totalmente imposible hablar con nadie, porque no sé ni una palabra de francés… y con una vocecilla que, a pesar de de la inseguridad, de la duda, me susurraba “sigue adelante, sigue adelante, sigue adelante…”. Y, por más que el miedo, la indecisión, el anhelo de lo confortablemente conocido, me llevaba a descubrir un sinfín de excusas razonables con las que dar media vuelta y regresar a Madrid en el primer tren, la vocecita podía más “sigue adelante, sigue adelante…”

Ya ves que locura. Lo único que tenía era mi persona, una guía de viaje, algunos francos y mi mochila a la espalda, con el saco, la tienda de campaña, algo de ropa, el diccionario artúrico de Carlos García Gual y una edición de bolsillo del Quijote. Por delante un sueño: visitar algunos de los escenarios donde se desarrollaron los cuentos de rey Arturo y una incertidumbre apabullante…

Pensé que un viaje como ese no se podía hacer en avión, que había que hacerlo por tierra, como lo hubieran hecho los antiguos caballeros andantes…, como lo hubieran hecho Don Quijote y Sancho, que me acompañaban amigablemente en la mochila, o lo más parecido posible… andando siempre que pudiera y, para las distancias largas, el tren y el autobús…, sobre todo el tren, que me evocaba una Europa de mediados del XX, una Europa de Belle Epoque, de Guerras Mundiales… de artistas bohemios que vivían en buhardillas, de bellas mujeres de ojos tristes… no sé, un ideal, talvez un cuento…

Y, de alguna forma, conseguí vivir todo aquello tan distinto. El bosque de Paimpont, fresco y umbroso, con sus hayas sus carpes, sus robles, sus acebos de hojas brillantes y las campanadas del monasterio flotando, a última hora de la tarde, sobre las aguas tranquilas del lago; la fuente de Barenton, donde Merlín se enamoró de Viviana, el Valle sin Retorno, en el que Morgana retuvo a todos los caballeros que, alguna vez, habían sido infieles a sus damas, los pueblines de casitas siempre adornadas con flores, las pulcras iglesias, la verde campiña…, aquello era una isla, una isla mágica, apartada del mundo tan revuelto, tan lleno de dolor y sufrimiento…Y luego las torres y los pináculos del Mount Saint Michel, elevándose casi insultantes sobre el mar, el hotelillo de Rennes, con sus escalera enmoquetada, silenciosa, y sus ventanas de madera que se abrían sobre los tejados de la ciudad (tejados de gatos, duendes y deshollinadores)… la espera en la Gare de Austerlitz, en París, para tomar el tren que, al final, me devolvió a casa… el viaje nocturno, la parada en la frontera y aquellos policías revisando los pasillos, abriendo sin miramientos los compartimentos donde tratábamos de dormir los viajeros, buscando ¿qué?, o a lo mejor solo justificando el sueldo, vete a saber… la inquietud, la inseguridad… ¿a eso se parecía la Europa en guerra?... en guerra que, por desgracia, se olía de nuevo en el ambiente… en guerra real, no de mágicos caballeros… Y llegar a Madrid, a primera hora de la mañana… al tranquilo aburrimiento de la aventura terminada… Mi aventura particular, que, a lo mejor, no lo fue tanto… para otros tal vez no, para mí si.

Hoy he pensado que me apetece volver por allí… Siempre he pensado que me apetecía, pero me podía la pereza. Hoy me he dado cuenta de que realmente me apetece… en cuanto consiga juntar un poco de dinero, que la obra de mi casa me ha dejado en números rojos… Pero sí, ahora estoy decidido a volver en cuanto pueda, ese será mi próximo viaje largo…

No sé, solo una (larga) reflexión vespertina de la primavera de Madrid. Pero me apetecía contártela…

14/5/06
(C)Sugarglider.

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