jueves, 6 de diciembre de 2007

Bea

Nació en Burgos, pero marchó a estudiar a Salamanca.
Bellas Artes.
La verdad es que le pegaba estudiar bellas artes entre las viejas piedras de Salamanca, con aquel halo de tristeza juguetona que tenía, de melancolía becqueriana recubierta de una capa de alegría dulce como el azúcar glas… le iba lo de estudiar bellas artes, y le iban las ciudades románticas… a lo mejor fue por eso que decidió cursar en Francia el último año de su carrera, aunque, en la necesidad de una razón pragmática para convencer a su familia, arguyó que vivir en las galias le serviría para mejorar su francés…
Le iba lo de Francia, si señor, el París de Hemingway le sentaba como un anillo al dedo, con aquellos andares delicados que tenía, como mirando al suelo, como si quisiera pasar desapercibida a pesar de su estatura, como si hubiera preferido ser pequeñita, para que nadie se fijara en ella, aquellos andares que estaban llenos de suave y elegante picardía y sus ojos siempre brillantes, siempre románticos, y aquella sonrisa de mofletillos sonrosados que era todo cariño…
Pasó el año entre la universidad y los fogones de su pequeño piso de alquiler, preparando postres deliciosos que solían terminar en la basura porque prefería cocinar el dulce antes que catarlo, y sus amigos no daban a basto con aquellas raciones irresistibles pero en exceso generosas.
Y al final, regresó a Madrid, con su titulo, su cámara de fotos cargada de imágenes brumosas que no le gustaba enseñar en público, la discografía completa de R.E.M y Abba y una enorme gataza, de nombre Turca, por la que sentía un afecto tan enorme como intensa era la alergia que le producían sus largos pelos grises, alergia que, en vano, trataba de convencerse a sí misma que no tenía, asomándose casi con desesperación al balcón para respirar aire fresco cada vez que, tras una sesión de mimos y caricias con el felino, el asma amenazaba con dejarla sin respiración.
Se instaló en una pequeña buhardilla de tejado acribillado por las goteras, cerca del metro de Tribunal, porque en el viejo Madrid, a pesar de lo que escribiera Max Aub, también se puede ser romántico, y le gustaba pasear por las callejuelas del Rastro, sentarse en los cafés de la Latina y meterse sin llamar en los portales abiertos para contemplar los patios de corrala, con sus coladas secándose al sol y sus tiestos de geranios y aspidistras, y, tras un rápido vistazo, salir a toda prisa, no fuera a ser que, algún vecino, la preguntara que era lo que estaba haciendo allí dentro.
Podían pasar meses sin que supieras nada de ella, y, luego, de pronto, aparecía, te liaba para quedar y, llegado el momento de la cita, te dejaba plantado sin la menor explicación…, pero luego, si la encontrabas por casualidad en la calle, había olvidado por completo todo el asunto, y te plantaba un par de besos con la mayor alegría del mundo como si nada hubiera pasado… era así, para ella ciertas cosas no tenían importancia, y era opción de uno el aceptarla o no tal como era. Si la recuerdo con una canción, es con “The video kill the Radio Star”, de The Buggles; si la veo en un lugar, es el Sideral de la Plaza de San Ildefonso, yendo de un chico a otro, coqueteando con cada uno durante unos momentos, para aburrirse enseguida, y acercarse a otro, sin que ninguno consiguiera atarla a su lado, sin que ninguno consiguiera despertar su interés, marchándose solitaria y un poco triste calle adelante, como si no supiera que era lo que buscaba o no fuera capaz de encontrarlo, o como si, en realidad, hubiera descubierto de pronto que, en realidad, no había estado buscando nada… O en el plató, en medio de un rodaje, siempre con su cámara a punto, siempre atenta a los detalles del vestuario, a una mancha en el zapato, a una arruga inconveniente en el pantalón o a una inconveniente y bien colocada corbata. Y su presencia, silenciosa, seria, amable, concentrada, se notaba tanto como sus repentinas desapariciónes.

(C)Sugarglider

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