martes, 12 de agosto de 2008
La Estación.
"lugar de escape
lugar de esperanza
lugar para ir hacia el futuro
lugar para huir del pasado
lugar de encuentro
lugar de reencuentro
lugar de espera
lugar de pérdida
lugar de engaño"
Estación Sur
Teatro del Astillero.
Ronquidos de motores, ir y venir de autobuses y gente, gente con maletas,peregrinos con sus bicicletas, sus bastones y sus gastadas mochilas, seguratas, monjas, vagabundos...
Luces, olor a gasoil y al aceite mil veces reutilizado de la cafetería.
Voces, voces, voces,cientos de voces, hablándo todas al mismo tiempo.
El servicio apesta a meados, y uno de los urinarios está cubierto por una bolsa negra de basura. El suelo mojado, mejor pensar que de agua.
Un hombretón fuerte, con gorra azul de visera, pantalones raídos y camisa gris de cuadros, se afeita delante del espejo con una cuchilla azul desechable.
Un mosquetón verde cuelga de la hebilla de su pantalón, y, a su lado, descansa una mochila tan vieja y vapuleada como él, compañera de mil viajes sin rumbo.
Entra el guardia de seguridad.
-Ese perro de ahí afuera...-dice dirigiéndose al hombre.
-No es mío, no es mío-responde-Está abandonado.
-¿No es suyo?
-No, no es mío. Está abandonado.
Y sigue en silencio con su afeitado.
Fuera, en el andén, hay un perrucho canela y paticorto, de hocico afilado, que deambula de viajero en viajero, de sandalia en zapato, de mochila en maleta, de pantalón en falda... naufrago de la marea humana, olfateándo aquí y allá, medio esperanzado, medio resignado, en la búsqueda inutil de un amo perdido.
(c)Sugarglider
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1 comentario:
PARA LUIS:
Las estaciones de tu relato, aquí son lugares de polvo y también de lodo, de restos de comida, de bolsas y botellas plásticas.
Pero yo las siento lugares alegres, de mucho trasiego de gente. Los autobuses son la pasarela de un desfile eterno de mujeres y niños vendiendo güirila con cuajada, café, pan y torta de leche, y de hombres que leen algún pasaje bíblico, o predican las virtudes de un ungüento medicinal.
Aquí aún todo vale. Los asientos de dos los ocupan tres. El pasillo siempre atestado de personas, que a pie resisten un viaje de más de diez horas, y algunas otras fuera, en lo alto del bus, tumbadas entre cestas de aguacates y de gallinas, esquivando las ramas de los árboles.
El conductor es también mecánico. Su velocidad punta es de diez o quince kilómetros por hora. Cada día emprende una carrera de obstáculos, esquivando hoyos y atravesando inmensos charcos, de tumbo en tumbo. Es puntual en la salida. La hora de llegada es incierta. Un nuevo pegadero puede truncar el viaje.
Los autobuses son school-buses, comprados a Canadá y los Estados Unidos, que en Nicaragua dan sus últimos coletazos. Son de esos cuatro latas que parecen tener ojos y una gran boca, de asientos pequeños y muy pegaditos, donde uno viaja encogido y no tiene lugar donde apoyar la cabeza, pero que a pesar de todo, aquí constituyen un escape, una salida. Y es que en este país, en autobús, se alcanzan todos los rincones.
Un abrazo muy fuerte.
Te quiere, la Caroli
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