Soy Sugarglider, Pongo para los aborígenes, el petauro del azúcar, del latín petaurus, equilibrista...
Mi pueblo ha ocupado durante siglos los bosques y las selvas del remoto continente australiano, antes incluso de la llegada de los aborígenes, que fueron los primeros seres humanos en contemplarnos con sus ojos...
Mis antepasados hicieron su hogar de los troncos ahuecados, trazaron una complicada red de caminos y avenidas en las ramas de los árboles y convirtieron a Balhoo, el hombre luna y a Birubi, la Cruz del Sur en sus complices y protectores durante sus correrías nocturnas.
Como las ardillas voladoras de eurasia y norteamérica, los millones de años de evolución nos dotaron de un patagio que nos sirviera de paracaídas, para deslizarnos planeando de árbol en árbol, como las cometas...
Esa es la principal ocupación de un petauro.
Volar cada noche entre los árboles, sin red, como los trapecistas de antaño, en busca de su alimento o de una pareja con la que aparearse... para eso hemos nacido...
Para saltar al vacío sin red... una y otra vez...
Y es mejor no pensarlo.
Es mejor no pensarlo, porque si lo piensas, da miedo...
Mucho miedo.
Sí claro, se podría imaginar que, tan bien equipado y entrenado por la naturaleza, con la experiencia de generaciones y generaciones a cuestas, no tendría de que preocuparme, que podría hacerlo con los ojos cerrados...
Pero resulta que la ley de la gravedad pesa sobre mí igual que sobre cualquier otro...
Que le vamos a hacer...
Foto: http://lamington.nrsm.uq.edu.au/
Sí claro, se podría imaginar que, tan bien equipado y entrenado por la naturaleza, con la experiencia de generaciones y generaciones a cuestas, no tendría de que preocuparme, que podría hacerlo con los ojos cerrados...
Pero resulta que la ley de la gravedad pesa sobre mí igual que sobre cualquier otro...
Que le vamos a hacer...
Y a veces, muchas veces, ahora mismo, me pregunto si el placer del saltar merece el riesgo... si no es un poco estúpido cambiar de árbol para estar mejor y luego acabar estando peor que cuando estabas mal, o no tan mal.
Y me digo, nunca más.
Atreverse a hacer algo sin saber (atreverse a tocar el saxofón, a saltar de árbol en árbol, a pintar un cuadro, a sacar una foto, atreverse a encontrar un lugar al que pertenecer, a acercarse al otro, atreverse a amar...), atreverse a hacerlo, torpe, inexperto, pero atreverse... porque cuando uno se atreve, empiezan a pasarle cosas... (no necesariamente buenas, pero Oscar Wilde decía que peor que hablen mal de uno es que no hablen de él en absoluto).
Atreverse a arriesgar, aún a costa de apostar, sin saberlo, por el riesgo equivocado...
...atreverme a hacer lo que no sé...
...a pesar de mi patagio y de los millones de años de evolución...
...y no preguntarme si merece la pena o no...
...porque si me lo pregunto no lo hago...
...y aceptar que no puedo saber de antemano si la rama que he elegido para aterrizar esta verde o podrida, y se va a quebrar en cuanto me agarre a ella...
...esta noche quiero recordar como se mezcla el olor del mar con el de las flores de eucalipto, el vuelo de las cacatúas y la risa del kukaburra...
...esta noche quiero viajar yo solo...
...y no quiero que vengas conmigo...
© Sugarglider.
Foto: http://lamington.nrsm.uq.edu.au/
4 comentarios:
Lastima...
Yo saltaria-volaria de rama en rama contigo...
Besos oscuros...
En el fonfo soy un cabezota, ¿sabes?… y al final la tozudez puede más que el miedo… a escondidas y sin reconocérmelo,de vez en cuando tambien me entretengo en alisarme el patagio… cualquier noche de estas podría colarme por la ventana abierta de tu cuarto (soy aún mas escurridizo que un vampiro)… y te llevaré de excursión por las copas de los árboles…
Por cierto, lo de sugar… es porque me alimento de savia…
Me encantan las excursiones nocturnas, y me gusta escuchar el sonido del silencio en el bosque…
Jacques Lecoq decía que el sielncio está antes que la palabra... y tambien después.
Pocas veces el bosque está totalente en silencio... pero sí, cuando nieva... y muchas veces por la noche...
Es muy hermoso compartir silencios.
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