sábado, 13 de noviembre de 2010

Otoños.

Por unas cosas y otras, hoy he acabado comiendo en "El Trasgu".
No había vuelto por allí desde aquella tarde de finales de otoño, tarde fría y oscura al refugio de las luces amarillas de las lámparas y la conversación amena en torno a unas cervezas y una tapita.
Te había traído un guijarro que tenía la figura de un ornitorrinco pintada a mano, y una guía de peces tropicales de esas de plástico, con la que podrías sumergirte en tus excursiones de buceo.
Nos entretuvimos un rato buscando en ella a los personajes de la película de Nemo.
Se te iluminaba la cara.

Hoy también es otoño, pero el sol entra a raudales desde la calle a través de los cristales de las ventanas.
Es momento de aperitivos y menús del día. De airear los cotilleos de oficina en el breve descanso antes de volver al trabajo.
De comerse un guiso de ternera dura escuchando las chanzas de un alegre grupo de pensionistas... mientras otro yo seguía flotando contigo en aquel mismo lugar, perdidos los dos para siempre en los murmullos del pasado.

Y al presente le queda el consuelo del facebook, que nos engaña haciédonos creer que estamos cerca cuando, en realidad, nos separan cientos de kilómetros.

Por la tarde, tendido boca arriba en la azotea del Círculo de Bellas Artes, con los ojos cerrados a los últimos rayos del sol, he escuchado de pronto la llamada de los gansos, y al incorporarme apresuradamente, he visto un escuadrón que cruzaba el cielo de Madrid en dirección al sur.


Para M.
Sugarglider, 11/11/2010

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